Clasificando de una manera un tanto arbitraria estas “unidades paisajísticas” en bloques, comentaremos en primer lugar lo que conocemos como “Monte” en el argot popular y cuyo bastión más visible son los 660 m, de la “Sierra”. Globalmente viene a ser el “Comunal”, manera singular navarra- recogida en el Antiguo Fuero – de gestionar y gozar del usufructo de la tierra al margen de la propiedad privada. Fue roturada y deforestada en el XIX para someterla a cultivo sin garantía de riego.
El terreno está sometido a una importante erosión de vientos y aguas torrenciales que permiten la existencia de numerosas plantas xerófilas (plantas adaptadas a ambientes muy secos).
La expresión más frondosa de estas formas vegetales son las manchas de Coscoja, siguiendo en nivel de degradación, otros matorrales como el escambrón, oyagas, ontinas, sisallos y romeros. Dejando sitio entre ellos subsisten los tomillares tan raquíticos como olorosos. En el estrato herbáceo destaca el duro espartal que mueve sus caperuzas al capricho del viento, casi siempre de componente N. Cuando aparecen cubetas sedimentarias donde se encharca el agua esporádica y discontinua surgen saladares y pequeñas formaciones de tamarices. De cuando en cuando campos de almendro abandonados recuerdan labores en otro tiempo básicas, y amenizando el ambiente, no siempre de manera afortunada, las repoblaciones de pino rompen el colorido con su verdor, ejerciendo de fijadores de terreno en lucha contra la implacable erosión.
En parajes a priori tan poco hospitalarios, nos sorprende la existencia de una fauna más rica en variedades que lo que pudiera presagiarse a tenor de las duras condiciones que ha de soportar.
Adornando con su piruetas el horizonte llano de barbechos, la alondra comparte nicho con la perdiz roja que escapa en las épocas de caza a los pocos pero recónditos reductos de estos parajes. Su supervivencia en el último medio siglo, quizás tenga que ver con estos refugios. Las rapaces, desde los cernícalos, gavilanes y halcones hasta las majestuosas águilas son perceptibles por su silueta en el cielo, no siendo rara la del Águila Real que otea el horizonte a la vez que grajas y otros córvidos escandalizan el aire con sus graznidos. Las especialistas en caza nocturna se detectan de nuevo y es destacable la incipiente presencia del búho Real recuperando terrenos perdidos.
Los mamíferos delatan su presencia por huellas y heces, no siendo extraño avistarlos si el caminante es observador. La esquiva liebre va dejando su hábitat al prolífico conejo introducido para competir con el autóctono, en una “siembra” mal hecha y peor planificada. El Jabalí y el corzo se muestran incluso con descaro a medida que los cultivos se abandonan y se recuperan espacios de antaño. La astucia del zorro se mantiene en la pirámide alimentaria de todo lo que pulula por su entorno, incluidos pequeños reptiles que se mimetizan con el suelo y son ostensibles por sus rápidos movimientos sinuosos. El más destacable, el Lagarto ocelado o “Gardacho”, rara vez se deja ver.